Cuenta Rafael Pillimué: por allá, uhh muy lejos que ya no me acuerdo, hace como 12 años atrás, ahora tengo treinta y en aquella vez tenia dieciocho; se me despertó una fantasía….que a la vez también melodriaba en las mentes de mis lanzas del servicio militar… Estaba sirviéndole a mi patria en una base militar en la pura boca de la selva, El Liborio Mejía. Cada vez que veíamos a una mujer no importaba la edad, jovencita, madurita o viejita, solo las desvestíamos con la mirada y ellas solo nos criticaban como soldados morbosos e inmaduros que solo buscábamos coquetearlas en el momento en que se presentaba la requisa en un reten militar en medio de la carretera. Pero eso si era claro, las mujeres no eran tocadas para nada.
Me acuerdo tanto que en una de las garitas que conformaba las treinta y puntas que conformaban la seguridad de la base, tenía una algo en especial: era una sala especial chispeada de manera rudimentaria con algo parecido la goma, pero que cada vez que me arrimaba a la pared tenia un olor tan fétido que daba ganas de trasbocar; con una silla rimax, una mesa y un numero grande creo que mas de treinta revistas que hacían que nuestros ojos en las noches no se cansaran de ver lo prohibido e hicieran que nuestras corneas estuvieran mas alertas en caso de reacción; a demás que era la garita mas retirada y solitaria tanto de noche que de día. A demás de las revistas, la garita trepada en lo alto de un árbol y tenía una visión perfecta, y a mas de doscientos metros se veía un caserío étnico que estaba localizado al otro lado del río Ortegaza.
A mi me conmovía ver por la ventana de la garita cada vez que me tocaba turno allí, soldados que pasaban el río en busca de las canguritas, como yo las llamaba porque cargaban sus hijos en la espalda o terciados en el pecho de ellas y eran bien pequeñas de estaturas, Promedio entre 1.20 a 1.40 de alto. Pero era también de parte de las canguritas que emocionadas tenían horarios especiales para el encuentro íntimo con los soldados. Eso se había convertido en motel al aire libre, donde se veían dúos, tríos, cuartetos y hasta quintetos. El puteadero más conocido y clandestino que hacía un comercio cada día más abundante y prospero.
A medida que crecía de forma acelerada el negocio de la prostitución del caserío fue necesario el levantamiento de un local. Y apareció María, como la “patrona”. Y María, muy simpática y atenta, nos hizo la visita guiada por la parte de encuentros reservada para las parejas. Nos enseñó la primera zona, donde tomar algo sentados para conocerse. Pasamos por los camarotes privados donde las parejas se encierran solas o en compañía de otras. La seguimos hasta el charco, por las duchas y las taquillas. Vimos el cuarto oscuro y otra habitación sin luz y con una celosía por pared. El sueño tenía un intenso olor a desinfectante. Era, pues, un sueño limpio en el que se amontonaban imágenes guarras, en el mejor sentido de la palabra. Dos parejas que humedecían aún más el ambiente del charco sin intercambiarse, de momento.
Otras que retozaban desnudas en los sofás de cuero crudo. Hombres que metían su mirada a través de los agujeritos de la celosía y sus órganos sexuales por otros agujeros más grandes hechos más abajo para disfrute de algunas valientes usuarias de ese caserío.
Para aquel entonces me había conseguido una noviecita que aunque fuera puta y viviera de ese negocio era mi pareja. Al fin a l cabo algún día pasó lo que tenia que pasar: Ella me propuso que fuéramos a local de las putas para que observáramos lo bien que se pasaba allí; era nuestra primera visita a encuentros y estábamos en modo en que uno mira pero no se toca .Allí conocimos otra pareja y hasta buena gente que nos comentaban: “Aunque puede pasar de todo; nosotros hemos venido ya un par de veces y, bueno, hasta ahora sólo hemos practicado sexo oral con otras parejas”. Ese sólo nos sonó en ese momento más que suficiente a mi pareja y a mí, pero el matrimonio joven que lo pronunció lo hizo con toda naturalidad. Otra pareja más en el tipo de la noche, mayor y de mucha belleza interior, nos explicó que, aunque el uso del preservativo es casi exigido por todos, alguna vez se habían dejado llevar por la pasión.
De alguna manera, nosotros también estábamos teniendo nuestra ración de sexo oral gracias a lo que estábamos oyendo. Nadie se cortó a la hora de contarnos sus experiencias. Sospecho que el morbo no es completo si se hace y luego no se cuenta. Aunque morbo, para quien lo encuentre en todo esto, hay en todas partes: en ver a otros follar, en follar y que te vean otros, en meterte en un cuarto oscuro y tocar y que te toquen sin tener muy claro qué o quién, en hacer tríos, cuartetos y todo tipo de combinaciones matemáticas en las que, eso sí, parecen vetados los choques hombre contra hombre. Incluso puede que a alguien le ponga ver a parejas pasear tapadas por toallas blancas y calzadas con chanclas de plástico como si viniesen de nadar en la piscina municipal y no de un fornicio público y salvaje. A mí, la verdad, esa visión no me puso nada. Por eso decidí dar por concluido mi sueño y despertar.
DE LIBROS Y LIBROS EXTRAÑOS
Hace 4 semanas
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